

La selva de los tunches
de Fernando Vicuña
por Amandine Gauthier Vazquez
"A veces creo que la selva misma fuera como un portal abierto que da paso a otro plano existencial, y que permite que criaturas y especies de otras realidades y mundos paralelos, pasen a esta dimensión y manifiesten sus raras naturalezas, para luego desaparecer sin más, cerniendo el lugar de conjeturas interminables y misteriosos sucesos."
(La selva de los tunches, p.309)

Sólo hace falta tener el libro en manos y observarlo, examinar su diseño, para percatarse de que es más que un objeto, y más que una novela. Sus contornos son los de una cabaña de madera, y más precisamente de aquella donde vive el abuelo Mashico, uno de los protagonistas de esta historia. En efecto, con sólo mirar la tapa de La selva de los tunches, sin darnos cuenta ya casi entramos a esta cabaña, viendo a través de su ventana al anciano con su pipa, sentado al interior en una mecera, iluminado tan sólo por la luz de una lámpara. Detrás de él, otra ventana. Esta da sobre el exterior, sobre la Amazonía, de noche, con luna llena y neblina. Pero si volteamos el libro, no aparece en la contratapa nada más sino las tablas de madera, opacas: es que si queremos acercarnos un poco a esa otra ventana para ver mejor aquel misterioso paisaje, hay que entrar en el libro. Y ahora es cuando, llevados por tanta curiosidad, decidimos abrir la "puerta"...
Este libro es un portal que transporta de forma instantánea a todo lector que se le presente.
Una densa vegetación cubre las laderas montañosas del valle de Quishicoto. [1]
En donde sea que estuvimos antes de adentrarnos en la lectura, con esa frase que inaugura el incipit de la obra ya hemos cambiado de espacio para viajar directamente a donde la historia nos lleva.
Así, no leemos en su incipit una mera descripción del espacio geográfico (vegetación, montañas, valle, río Marañón...) sino que nos abarca un ambiente particular. El primer párrafo se vuelve experiencia sensorial : el texto nos ofrece una combinación eficaz de los elementos que forman la percepción de la realidad y de las sensaciones que origina en uno, por la vista, el oído, el olfato, el tacto. O sea que el narrador invita al lector a vivir la atmósfera recreada, a sentirse parte de la escena en la que ha recién llegado al iniciar la lectura.
Luego vemos aparecer a Manuel que seguiremos en su camino hacia la cabaña de su abuelo Mashico, descubriendo el lugar al mismo tiempo que el muchacho limeño a medida que irá evolucionando en él. La primera frase que nombra a Manuel menciona también por primera vez la dimensión mágica del entorno que antes de la llegada del chico era más bien visto bajo un ángulo "objetivo" ; será que en este momento vemos por sus ojos aunque el narrador sea una tercera persona. Mientras Manuel se adentra en lo profundo de la selva, se describe un ambiente que aparece cada vez más "imponente", inmenso frente a él, "intimidante" : a la percepción por los sentidos que hemos comentado justo antes se sume ahora la percepción del entorno a través del estado anímico, emocional del joven que, al ingresar a tan impresionante escenario, siente "el corazón encogido", "incertidumbre" y "sensaciones desconocidas".
Es de notar que como en Sangama, de Arturo D. Hernández, el relato empieza con un personaje forastero que viaja y llega a una comarca amazónica pero ya no para buscar fortuna en la selva sino que viene aquí con el fin de escuchar, grabar, transcribir, escribir, recopilar en un libro y difundir las historias y anécdotas procedentes de la región entrevistando a sus habitantes (y por supuesto a su abuelo), y así revalorizar parte de la cultura amazónica. Aunque en un principio es Manuel un personaje incrédulo, este motivo va a permitir entre otras cosas la reunión, el encuentro entre dos generaciones, manifiestándose a lo largo del libro la importancia del testimonio, de la transmisión del saber, de la función del "contar", destacando así varios niveles de narradores (el narrador de la novela, el abuelo y los habitantes de la comarca como narradores de sus anécdotas, Manuel como narrador de las informaciones que habrá recolectado) :
Dos mundos tan distintos están a punto de integrarse: el que ha vivido y el que escribirá lo vivido. Ese es un complemento perfecto, piensa: "Vivir para contar y escuchar para escribir". [2]
La pervivencia de los "mitos" y de las "leyendas" propios de una identidad cultural tras los años depende del pasaje de la oralidad hacia lo escrito que permite plasmarlos, conservarlos.
Dicho esto, otro tema interesante que trasluce entre las líneas de La selva de los tunches es el del debate que cuestiona la validez de los términos "mitos" y "leyendas". De manera general, la novela parece apuntar hacia una mayor comprensión y aceptación de los fenómenos que no siempre alcanzamos ver con nuestros ojos. Nos toparemos así con una serie de personajes que cada uno con su forma propia de ser, de hablar, de vivir, nos brindará su óptica personal al respecto. Personajes incrédulos, de mente cerrada (como el Padre Bonifacio por ejemplo) o más bien abierta, ayudarán al lector a juzgar por sí mismo. Así, en el primer capítulo, el abuelo le dice a su nieto :
Primero : muchas de las historias qui te pienso contar no son ni mitos ni leyendas; claro qui no. Son puritas verdades, anécdotas verídicas qui me han sucedido en realidad, a mí y a otras personas qui he conocido a lo largo de mi vida en las chacras." [3]
En este fragmento de diálogo se vislumbra una de las características que hace de esta novela un universo sonoro, vivo : « el tratamiento estético del lenguaje » como lo llamó Oswaldo Reynoso durante la presentación de La selva de los tunches en el Centro Cultural de España. Es notable la presencia de un léxico al final de la obra (titulado Vocabulario selvático) que reúne muchas palabras encontradas a lo largo del relato. Será menos para explicitar la significación de términos desconocidos sin embargo comprensibles gracias al contexto y a la dimensión didáctica de la escritura de esta novela, que para reivindicar, revalorizar el lenguaje de esta región peruana. Siempre según el reconocido autor peruano Oswaldo Reynoso, a base de las palabras propias que emplea la gente de las zonas selváticas peruanas, Fernando Vicuña hace literatura. Dice :
eso es lo que Fernando hace a lo largo de toda la novela. Los diálogos del abuelo están precisamente en esta línea, de la forma como la gente de esa zona habla. Esa es la esencia misma del espíritu de nuestra literatura. […] Fernando Vicuña en esta novela demuestra gran pericia en el manejo de estos diálogos. Que como lo ha dicho el poeta Flores Inga, da la impresión que cuando leemos la novela estamos escuchando hablar a los personajes. Esa es otra de las dimensiones que debe tener una buena novela. Que el autor no solamente se introduzca en el ambiente de la novela sino que también escuche a los personajes.[...] Ese término escrito ahí despierta en nuestro cerebro la imagen sonora. [4]
Hablando de los diálogos, no se puede sino destacar la habilidad con la que el autor de La selva de los tunches logra organizarlos, entrelazarlos de una forma original que sorprende y añade un toque de humor ingenioso al conjunto, creando paralelismos a veces insólitos entre personajes y situaciones. Por ejemplo, cuando doña Hulia va a ver al Padre Bonifacio en la iglesia para conversar con él de sus problemas :
- Entonces, hija, ¿a qué se debe tu visita ?
- Lo que deseo es que áste me aconseje, más bien, pue' – dice doña Hulia, mirando al cura con timidez, poniendo un gesto de pesadumbre.
- Qué ti pasa ahora. ¿Por qué me pones esa cara de cojudazo ?
- Es que el pan está un poco duro, abuelo – contesta el muchacho, poniendo un evidente gesto de desagrado. [5]
La primera frase de este fragmento de diálogo la pronuncia el cura. Le responde doña Hulia. Y luego es cuando nos quedamos confundidos al leer la tercera frase que en realidad es pronunciada por el abuelo Mashico que está hablando con su nieto, en otra parte, en otro momento. El diálogo entre el anciano y el nieto viene infiltrándose en medio del diálogo entre la mujer y el cura. Es como si, en esas dos líneas en las que vive ese diálogo « imaginario » se creara una dimensión paralela a la trama, exterior al espacio narrativo. Lo « insólito » así creado nos puede hacer pensar en un recurso tipo comedia teatral. Otros dirán que más bien da a pensar en una especie de técnica de zapeo ocurrente. Pero siempre queda que este recurso da inicio a un juego tácito que se va a desarrollar en toda la novela entre el narrador y un lector primero desorientado pero luego cómplice. Ese tipo de humor, conjugado con el que traen los personajes en sí (algunos más que otros, con su manera de hablar, el carácter y las actitudes de cada uno) le confiere un aliento alegre a esta obra que plasma así la atmósfera amazónica peruana y el espíritu de sus habitantes.
Sin embargo, al día siempre sucede la noche y con ella el ascenso de un mundo más tenebroso y misterioso que al igual que la neblina, se desprende de esta tierra selvática cuya magia forma parte de la atmósfera.
En lugares tan extraños como estos, los miedos solo invernan de día, para despertar más agresivos y renovados cuando la oscuridad de la noche (tan llena de misterios y ruidos sobrecogedores) vuelve a reinar. [6]
La selva se convierte en el espacio propicio a la mezcla de lo real, de lo fantástico y de lo mágico dando lugar así a una nueva realidad (característica propia de lo real maravilloso amazónico, que al contrario del realismo mágico usual, no excluye lo fantástico, como lo hemos demostrado en un artículo anterior). Este mundo, alimentado por los cuentos del anciano en el espacio intermedio de la cabaña, toma consistencia a lo largo de la novela conforme se va distorsionando lo real, dando vida a seres mitológicos de la Amazonía peruana (el tunche es uno de ellos). En el libro conviven el miedo (que se declina bajo varias formas : miedo a lo desconocido, a los seres sobrenaturales, al futuro, a la soledad...) y el horror (mostrando la diferencia y haciendo el paralelismo entre lo paranormal cuya existencia algunos temen y rechazan, y lo anormal, es decir la naturaleza inhumana y violente del crimen), siendo la razón una herramienta siempre insuficiente para concebir cualquier de los dos.
Además, la estructura narrativa que a veces no es lineal ayuda a que el suspenso se vea bastante bien preservado. En efecto mientras nos adentramos en la novela, tenemos acceso ya a revelaciones, ya a explicaciones o puntos de vista de algunos de los protagonistas incluso respecto a hechos que ya ocurrieron páginas antes. Lo que también vuelve la lectura entretenida es la inserción de cartas en medio de la narración, la mayor parte de ellas escritas por Manuel a su padre Alfonso quien vive en Lima, el hijo del anciano Mashico. En esos fragmentos, el muchacho se vuelve pues narrador en primera persona y podemos comprender que es el « pivote » entre su abuelo y su padre, ambos separados por un antiguo conflicto abismal. Nos da a reflexionar sobre los vacíos de incomprensión que pueden surgir entre las personas o las generaciones y fortalecerse con el tiempo, la distancia y el silencio. El nieto lucha para que un diálogo pueda renacer entre los dos, de la misma forma que busca hacer comunicar la literatura amazónica con el resto del Perú. De hecho, este personaje siempre intenta reducir fronteras.
Las cartas desempeñan también una función temporal, nos permiten tener una idea del tiempo transcurrido entre los diferentes acontecimientos de la narración, gracias a las fechas (la primera fue escrita el 19 de agosto, la última el 15 de noviembre).
Se trata de una novela también poética que parece sugerirnos que en medio de las sombras de la floresta como de la vida, siempre acaba por alzarse una luz : sea concreta como es la de la lámpara de querosene o de las velas que iluminan el interior de la cabaña, la de las luciérnagas que alumbran el cielo negro, o una luz de aquellas que nos alegran la existencia, como puede ser el amor bajo sus diferentes vertientes y expresiones, aunque siempre aparezca como un tema complicado éste. De hecho, no estamos confrontados a una novela maniquea sino que el bien como el mal aparecen como conceptos movedizos, presentando ambos multitudes de matices. La amplitud de temas recorridos (fantasía, realidad, creencia, religión, desmitificación, memoria, recuerdo, olvido, nostalgia, rencor, perdón, soledad, vejez, muerte, sueño, pesadilla, odio, amor, locura...) se despliega, se ve estudiada siempre bajo una variedad de visiones que el lector puede completar con la suya. Así que después de su estancia novelística en Quishicoto (cuyo mapa puede explorar ya que es dibujado al final del libro) y de su interacción con los pobladores, él o ella puede sentirse libre de escoger el sendero que más le inspira para seguir su aventura.
Para tener más información sobre la historia, los personajes o sobre las leyendas selváticas, pueden visitar el sitio web de La selva de los tunches, muy interesante, donde podrán apreciar el trabajo del autor ilustrador, así como disfrutar de la cumbia amazónica peruana, parte de la banda sonora de la novela.
[1] VICUÑA ARANDA, Fernando, La selva de los tunches, Lima, Editorial San Marcos, 2014, p. 11.
[2] Ibid., p. 22.
[3] Ibid., p. 18.
[4] Presentación de La selva de los tunches en el Centro Cultural de España, el 12 de mayo de 2015 en Lima, [en línea], disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=-jed9-7HdmA> (consultado el 02/10/2016)
[5] VICUÑA ARANDA, Fernando, op. cit., p. 183.
[6] Ibid., p. 236.